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Solitaria, con los pasos anclados en un mundo asomado al horizonte,
quiere alcanzar el espacio infinito de un mar que no está callado y se
rinde sin tregua, a sus pies. Invariable, gira impávida, entre anhelos
de marengos y alborozo de gaviotas. El viento es el único compañero
en noches cuajadas de insomnios.
Quedan la memoria y el reclamo de su mirada, mientras
voy contando las vueltas que me separan de su luz.