domingo, 29 de marzo de 2009

¡Vacaciones!


Estaré unas semanitas de vacaciones en el sur: Málaga

viernes, 27 de marzo de 2009

A mi hermana



Me estoy mirando en ti y es como si me viese reflejada en el tiempo de la infancia, en aquellos días en los que los sueños eran protagonistas de nuestras historias. Descubro en tus ojos más de lo que creí tener perdido: sentir la tibieza del invierno y el olor dulzón de higueras y membrillos en los días aterralados del verano. Intimidad compartida en juegos y risas, muñecas rotas y libros, y un sinfín de secretos en ese mundo nuestro de azules y rosas, piñatas y cañas de azúcar. Imágenes guardadas en un viejo álbum, cubierto de esa pátina que da a las hojas el roce de los dedos. Era un transcurrir lento de los años, en los que el deseo de festejar se azuzaba con promesas de regalos y el anhelo de ser mujer, mientras el uniforme gris se nos iba haciendo pequeño.
Ahora, cuando los recuerdos empiezan a serme infiel, y el pasado toma un aire desvaído, me traes en tu voz estampas en blanco y negro a la memoria: mesacamillas, braseros, trajes de organdí, cortinas de cretona, la butaca derrengada en casa de los abuelos,…. en un nostálgico carrusel, hasta que, paso a paso, vuelven a quedar inmóviles aquellas siluetas en el tiempo.

domingo, 15 de marzo de 2009

En Málaga


Soy la misma que era, y al mismo tiempo no es así, desde el momento en que el calor me abraza desaforado y terco, pero, ¡cómo quedar indiferente ante tanto entusiasmo que deja húmedas huellas en mi piel! Con seguridad lo sabe uno de esos duendes escondidos en Puerta Oscura, que se divierte con mi impaciencia. No importa, estoy donde quería estar, sobre una alfombra de recuerdos y deseos por cumplir que traía en la maleta, y que ahora se deslumbran con la luz que borra grises y hace olvidar ausencias.

Atrás dejé otro espacio, crucé la dulce Francia, y vislumbré la plata de un Camino, en el que me alié a la naturaleza y a la Historia. Me sentí peregrina en los albergues, escuchando lo que me contaban las ancestrales piedras en su silencio. Pero mi destino era llegar hasta aquí, recomponer mis sueños y recuperar el compromiso de mi pasado con un mar favorecido de azules. Al igual que Platón intento encontrar frente a él los restos de mi propia Atlántida. ¡Aún tengo tiempo! De momento es ese azul el que ha conseguido ya borrar las sombras de mis nostalgias.

viernes, 6 de marzo de 2009

Escritoras en la sombra (que no se rindieron)

En el día de la mujer:


De izquierda a derecha, un fresco de Pompeya con el supuesto retrato de Safo; Virgina Woolf, Jane Austen, Rosalía de Castro y Colette, Rosalía de Castro, Charlotte Brontë, Jane Austen, Colette...
Osaron escribir en un mundo en el que carecían de derechos y, además, pelearon por abrir paso. Les debemos buena parte de este presente.
Lo dijo Safo (Grecia, 650-580 a. C.), la primera poetisa occidental conocida: "Alguien se acordará de nosotras en el futuro".
De estas palabras nos separan casi 3.000 años en los que las mujeres han recorrido un difícil camino hasta llegar a esta actualidad, todavía atrasada y empeñada en subsanar la desigualdad con una @ que en realidad no cambia nada. Muchas tuvieron que recurrir al seudónimo o sufrieron la usurpación de sus obras por varones.
Las escritoras ejemplifican bien la lucha: muchas tuvieron que recurrir al seudónimo o, aún peor, tuvieron que sufrir la usurpación de sus obras por varones, a quienes parecía corresponder ese derecho. No hace en realidad tanto que la autora de Una habitación propia (uno de los textos más usados por el feminismo), Virginia Woolf (1882-1941), dijo: "Pasará mucho tiempo antes de que una mujer pueda sentarse a escribir sin que surja un fantasma que debe ser asesinado".
Condenadas a esconderse
"No dejan pasar nunca la ocasión de decirte que las mujeres deben dejar la pluma y repasar los calcetines de sus maridos". La gallega Rosalía de Castro (1837-1885), considerada precursora del feminismo, denunciaba de esta manera el injusto papel de la mujer escritora en su Carta a Eduarda (1866).
Hubo muchas escritoras que, determinadas por lo que Rosalía exponía en su texto, se vieron obligadas a ocultar manuscritos.
Es el caso de la obra Jane Eyre, cuya autora, la británica Charlotte Brontë (1816-1855), tenía que esconder entre las patatas que pelaba. Ella y sus dos hermanas, Emily (1818-1849) y Anne (1820-1849), recurrieron a seudónimos de varón para poder publicar. Charlotte se escondió tras Currer Bell y sus hermanas adoptaron el mismo apellido y alias que mantenían sus iniciales: Ellis (Emily) y Acton (Anne).
Charlotte Brontë escondía su obra entre las patatas que pelaba.
A pesar de sus esfuerzos por disfrazar su autoría, las editoriales rechazaban, como si pudieran adivinar la mano que tras las firmas se escondía, sus textos. Persistieron, y en 1846 salían los Poemas de Currer, Ellis y Acton Bell.
Al año siguiente Cumbres borrascosas era aceptada, y Anne lograba también un buen camino para su Agnes Grey. Charlotte tuvo que aguantarse con el rechazo a El profesor, pero consiguió que Jane Eyre viera la luz.
Jane Austen (1775-1817) también se vio obligada a ocultar sus escritos cada vez que alguien se le acercaba. En su caso la ocultación venía dada por la vergüenza impuesta por una sociedad que condenaba a una mujer escritora, o peor aún: simplemente escribiendo. La novelista británica hoy está considerada uno de los clásicos de la literatura. Algunos han querido ver conservadurismo en su literatura, pero es justo señalar lo contrario: revestida de una sutil ironía, la escritora cuestionó el papel de la mujer injustamente relegada.
El derecho era de ellos
"Los hombres miran a las literatas peor que mirarían al diablo... Únicamente alguno de verdadero talento pudiera despreciar necias preocupaciones; pero... ¡ay de ti entonces!, ya nada de cuanto escribes es tuyo... Tu marido es el que escribe y tú la que firmas...". También en su Carta a Eduarda, Rosalía de Castro declaraba un hecho que entonces era norma: ellos firmaban las obras creadas por sus mujeres.
Los hombres miran a las literatas peor que mirarían al diablo". Rosalía de Castro
La novelista francesa Colette (1873-1954) conoció de primera mano esta usurpación. Su marido no tuvo escrúpulo alguno a la hora de animarla a escribir sus primeras obras, la serie Claudine (1900-1903), para luego firmarla él. Poco después Colette se divorció y empezó a reivindicar los derechos de la mujer. Fue elegida miembro de la Academia Goncourt en 1945; algo que la española Cecillia Böhl de Faber (seudónimo Fernán Caballero) no lograría pese a haber sido propuesta.
A Gertrudis Gómez de Avellaneda tampoco se le permitió la entrada. Emilia Pardo Bazán, muy criticada porque jamás quiso ocultar su identidad, tampoco pudo acceder a la Academia.
Caterina Albert (1869-1966) descubrió la crueldad del mundo editorial desde su entrada en 1898 con el monólogo La infanticida. El texto alarmó a todos por el tema, pero sobre todo porque era una mujer la que lo firmaba. Caterina Albert recurriría desde ese momento al seudónimo Víctor Catalá, personaje de una de sus obras. Quiso así apaciguar la polémica sobre su literatura, cuyo principal pecado estribaba en su extrema dureza, algo inconcebible e imperdonable para una mujer.
La Academia sigue siendo masculina
En 1874 María Isidra de Guzmán y de la Cerda era admitida en la Real Academia Española de la Lengua. Cuatro años después, en lo que parecía un buen augurio, se le permitía el acceso a Carmen Conde. En 1996 era nombrada académica Ana María Matute. En 2002 y 2003 se sumaban Carmen Iglesias y Margarita Salas. Llegamos hasta el presente, año 2009, y un dato que no necesita calificativo: frente a los 37 hombres, 3 mujeres.


(PAULA ARENAS20minutos.es/internacional)