domingo, 26 de octubre de 2008

Pamplona-Santo Domingo de la Calzada (4)
















Iglesia Santo Sepulcro, Torres del Río

Las tristezas en el Camino son las iglesias cerradas ante la creciente desaparición de objetos de arte y de culto, pero esta vez en Villamayor de Monjardín la suerte estuvo de nuestro lado. El cansancio se olvida, los pies se recuperan, cualquier contratiempo se compensa cuando estamos ante uno de estos templos. También aquí nos llegaron resonancias de otros tiempos y de interesantes historias. De la iglesia románica de San Andrés se dice que fue el rey Sancho Garcés quien ordenó su construcción para dar culto a la hermosa cruz de orfebrería que en ella se guarda. La historia narra que "la víspera de de la batalla en la que se reconquistó a los musulmanes el castillo de San Esteban de Deyo, en Monjardín. El rey, inseguro del resultado de la batalla, escondió la cruz por temor a que la hallasen los musulmanes y luego no supo encontrarla. Así, quedó perdida hasta que años después un pastor observó que una de sus cabras se quedaba paralizada ante una zarza. Temiendo que allí se ocultase una alimaña, el pastor lanzó una piedra a la zarza con todas sus fuerzas y cuando fue a mirar observó asombrado cómo la pedrada había roto el brazo de una hermosa cruz, una primorosa obra de orfebrería. El pastor, conmovido, exclamó: "¡¡Pluguiera a Dios que antes de lanzar la piedra se hubiera secado mi brazo!!". Inmediatamente el brazo se secó. La cruz se trasladó a diferentes lugares pero siempre acababa regresando al zarzal por lo que fue allí donde se levantó el templo de Villamayor. Al parecer, el piadoso pastor pudo recuperar la movilidad de su brazo"*. A punto de marcharnos llega el párroco para cerrar la iglesia y nos acompaña en un nuevo recorrido por la única nave del templo. Nos habla de la preciosa portada, del interesante crismón, de la batalla entre Carlomagno y un príncipe navarro, de la cruz, del retrablo que ahora está en Pamplona, y de la Virgen a la que le falta el Niño, arrebatado por quien hizo mal uso de la hospitalidad.

Salimos del pueblo por un sendero en descenso, entre viñas y algunos nogales. A partir de aquí el paisaje se hace amplio y único, sigue entre campos trabajados y algo de soledad. Al fondo, en el horizonte, vemos las cumbres de Yoar y Peña Costalera. Nos encontramos con pequeños montículos de piedras y cruces hechas con ramas que los peregrinos dejan al lado del camino. Es como un mensaje silencioso para el que viene detrás, una ofrenda, una oración, un arte quizás. No es la primera vez ni será la última que los vemos y siempre me hace sentir ser testigo de algo íntimo y personal, como si desvelara una promesa por cumplir. Más tarde llegamos suavemente a la parte más alta del sendero desde donde vemos las primeras casas de Los Arcos, y empezamos a descender.

¡Qué importa entonces el cansancio, el polvo del camino, la sed, cuando llegas a esta villa amable, de tradición jacobea, a su calle Mayor con las casas blasonadas, y a la iglesia parroquial de Santa María! Al visitar el templo no puedo poner en duda de que Los Arcos ha gozado en el pasado de privilegios y de una economía brillante. Aunque cerrada, la puerta se abre unos instantes para un grupo de turistas franceses, momento que aprovechamos para entrar sin destacar en el barullo del grupo. Tiempo, silencio, y comprensión son las tres condiciones para entender el mensaje de esta mezcla de gótico, plateresco, rococó, barroco, que la convierte en una de las iglesias más asombrosas del Camino. Aquí encontramos una filigresa muy entregada que nos guía con entusiasmo vehemente a través del templo, insistiendo en el retablo, el órgano, los diferentes altares, las imágenes, el coro, y cualquier detalle que considera que debemos saber. Una visita al claustro nos da el respiro necesario para poner en orden tanta amalgama de impresiones; el aire despeja lo confuso.

Continuamos; decididamente hoy es un día de iglesias. La del Santo Sepulcro en Torres del Río es la siguiente; su historia se relaciona con los Templarios aunque es difícil conocer su origen con exactitud. Cuando llegamos a esta pequeña villa –no creo que sus habitantes lleguen a unos doscientos- todo daba la impresión de inmovilidad: callejuelas donde está detenido el tiempo y casas que parecen dormir. Enseguida estamos ante la iglesia: es reducida, su exterior callado y serio, de planta octogonal y una sola puerta. En el interior la escasa luz que deja pasar las celosías hace crecer sombras y sensaciones confusas, y deja un hálito frío en las piedras como el eco de vida de su historia. El secreto se mantiene en los misteriosos símbolos sagrados, que hacen referencia a la presencia de la Orden del Temple con toda seguridad. Siento que la armonía y la espiritualidad que ofrece el camino está también aquí, entre los muros de esta iglesia y en el silencio que me rodea. Quiero sujetar este momento y hallar una respuesta a todas y cada una de las inquietudes que me voy a ir encontrando en esta peregrinación; esto queda grabado en el aire como promesa que me hago a mí misma. Todavía tengo tiempo en esta tarde ya declinada, de admirar la bóveda del templo, una maravilla formada por una estrella de ocho puntas, y la preciosa imagen románica del Crucificado con cuatro clavos y un rostro que conmueve, del siglo XIII.

Ahora vamos en busca de la Muy noble y leal ciudad de Viana, sitio fronterizo del reino de Navarra. El paisaje cambia de tonalidad a medida que descendemos por campos cultivados con cereales, olivos y -cada vez más- viñas. Nos acercamos a la Ermita de La Virgen del Poyo, pasada ésta ya es cosa de un pequeño esfuerzo para llegar a Viana.


* http://www.infocamino.com/
www.claustro.com/
www.romanicoennavarra.info/album_torresdelrio.htm


2 comentarios:

Loreto Wallace Moreno dijo...

Es una maravilla lo que estás escribiendo sobre el camino. Deberías reunir todos los textos para publicarlos juntos. Besos de tu hermana.

Azpeitia poeta y escritor dijo...

Bellísima tu descripción, acabo de llegar de viaje y tengo todo patas arriba...te leeré despacio....en Málaga decía el Maestro Chacón (Cantante de flamenco de la misma Málaga....) "En el Café de Chinitas...dijo una voz a otra voz...nadie cante malagueñas estando en Málaga yo...." (Creo que habrás conocido o oído hablar del famoso café de Chinitas de Málaga....La Giovanna Tornabuoni del Retrato es mi preferido del Museo Thyssen de Madrid....un beso de azpeitia desde hoy tu amigo...