lunes, 23 de junio de 2008

Qué pasaría si ...



Los síntomas llegaron de una manera silenciosa y distanciada, sin grandes voces: palabras que se hacían difíciles de encontrar, confusión de nombres y datos, programas que no respondían, toda una lista de aburridos achaques que me hacían temer por su salud. Mi relación con él era de completa dependencia, y el hecho de que no pudieramos mantener el rítmo que ya teníamos adoptado me hacía temer lo peor. Pensaba en la imposiblidad de poder seguir con normalidad la vida sin tenerlo en casa, y así con el miedo de que la única solución posible fuera el deshacerme de él, nació una pregunta que parecía no tener un respuesta muy clara: ¿qué pasaría si me quedase sin ordenador? ...

A estas alturas no se concibe una vida sin el pc. Este artilugio ocupa un lugar destacado en tu vida y espera que le atiendas con las delicadas maneras de un buen anfitrión. Lo malo es que poco a poco ha ido ganando tu confianza y le has dado más de lo que te proponías. Conoce todos tus datos, se guarda todo lo que has escrito, y sabe quienes son tus amigos. Estás no solamente en su pantalla sino también en su cerebro. Cosa peligrosa en caso de que se le crucen los cables y le de la ventolera por volverse loco. Esto es lo que le ha pasado al mío, y ahora tengo que procurar salvar lo que todavía se pueda. Pero una vida sin ordenador se me hace hoy ya muy complicada: ¿qué sería de mis foros, de las páginas en internet, de los blogs; cómo mantener el contacto con los amigos, seguir una correspondencia diaria, y estar cerca de todo lo que te interesa? El ordenador es una especie de rutina que ya hemos hecho necesidad.

Y sin embargo ha habido vida antes de los ordenadores y todos estos personajes de la electrónica. En aquel entonces también se leía, se escribían cartas, teníamos libros de donde sacábamos toda la información que necesitábamos y –aunque parezca raro- hasta teníamos tiempo para, sentados alrededor de la mesa camilla, jugar al parchís y a las cartas, contar cuentos y escribir en aquellos diarios que eran los que entonces gozaban de toda nuestra confianza. Y para quienes querían hacer uso de algo más sofisticado estaban aquellas Olivettis con las que podías teclear con toda pasión.
Sí, mi ordenador (ordenata, por decirlo de una manera jovial) presenta síntomas de que no anda muy bien. Seguramente no es tan inmune a los virus que le acechan o tiene alguna que otra rabieta que le hace negarse a trabajar, quién sabe, pero yo lo achaco todo a una vejez impuesta por los años que le convierte en algo lento, paciente de una amnesia que va en aumento con el paso del tiempo. Quizás sea ahora, cuando mi ordenador está en cuarentena, el momento para hacer una pausa y reflexionar sobre los comportamientos, dar un lugar al tiempo y no olvidar que hay mucho más conocido que lo únicamente virtual. Y mientras tanto, durante el tiempo que no lo tenga en casa estoy segura que no va a pasar nada.

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