martes, 3 de junio de 2008

Mis amigas de papel



Sólo ellas me ayudaron a sostener el tiempo detenido durante aquel verano, cuando -todavía de calcetín y con asignaturas pendientes- me arrebataron el mar para condenarme a una tierra extrema y seca. Ellas fueron testigos de cómo mi razón despreocupada y feliz sintió el acecho de un sentimiento tan fuerte como puede ser el amor, de rabietas y desengaños. Fue un verano ausente de risas y azules, obligada a cambiar la arena y el mar, los juegos en el jardín, mi gente, por aquel espacio interior con acentos romanos y cigüeñas.

Aún me veo llegar con un equipaje pobre en sueños, y una caja de cartón atada con una cuerda con pretensiones de elegancia, donde yo guardaba mis muñecas de papel. Pobres amigas mías destinadas junto a mí a pasar las vacaciones en el destierro, en una casa que nunca me acogió y una abuela que me era casi desconocida.

La memoria me habla de aquellas tardes sumergidas en el bochorno, con la rebeldía como única arma para combatir la distancia que me habían impuesto. Tres meses de soledad en aquella vetusta casa, donde las figuras en los cuadros que colgaban de la pared parecían tener más vida que sus habitantes. Siestas silenciosas y graves que yo me negaba a dormir, quizás por el temor que se prolongaran en sueños de cien años.

Recuerdo la escalera principal. Amplia y de piedra fresca; había un portón que no dejaba entrar el calor de la calle. Aquel lugar se desdobló en un rincón especial al que me trasladaba con mis juegos e imaginación infantil, tratando de hacer verdad lo que me quitaron.

Tres, probablemente cuatro muñecas de papel me hicieron compañia durante todo el verano. Poseían un vestuario recortado con precisión, con el que las vestía y desvestía. Inventaba juegos y paseos, las llevaba a una playa imaginada, las hice confidentes de mis congojas y frustraciones. Eran muñecas felices hasta que vuelta a mi realidad las trataba con el despotismo de una niña contrariada. Sí, ellas sufrieron también desgarros y malos modos. Después, arrepentida y con el miedo de no tener con quien jugar, volvía a pegar aquellos trozos de papel que fueron mi compañía durante los tres meses.

Las vacaciones terminaron y regresé al Sur. Me esperaban el uniforme y un nuevo año escolar. Volví a reencontrarme con mi gente, el aire húmedo del mar, el salitre y las gaviotas. Atrás quedaron sinsabores, soledad, lagrimas, y mis amigas de papel que olvidé en mis ansias de volver a la vida. Ellas quedaron allí. Yo no volví nunca.

2 comentarios:

Azpeitia poeta y escritor dijo...

Un hermoso recuerdo de momentos felices, llenos de la cándida inocencia de la infancia...un beso de azpeitia

Mª de los Angeles dijo...

Yo he jugado a las muñecas durante toda mi adolescencia, las dibujaba y vestia, me convertí en diseñadora, despues lo hice con mis hijas y mas tarde con mis nietas.Pasábamos ratos divertidos y felices.Un saludo.