lunes, 3 de marzo de 2008

La mudanza






Si me dejo algo -pensé entonces- tendré motivos suficientes para volver, pero olvidé valorar lo que quedaba atrás. Y es que mudarse es más que dejar una cosa por otra, más que cambiar de horizontes o buscar otra luz: es ir dejando, poco a poco, trocitos del ánimo en el ayer.

En aquel tiempo el amor me tenía reservada otras trayectorias, y me fue fácil claudicar a las emociones que me prometía el destino. Me esperaban imágenes que no conocía, otros azules y diferentes lunas, una nueva vida. Con la intensidad que dan los sueños recién estrenados, me propuse derribar cualquier obstáculo y hacer mío lenguas, costumbres, clima, incluso un país. El encanto de tener cerca tan diversas perspectivas inclinó decididamente la balanza hacia otros afectos, sin reparar que el peso de todo lo que yo deseaba era mucho mayor. Cuando llegó la hora no encontré maletas,ni bolsas, ni cofres donde meter mis calles y mis plazas, el ambiente, mi mar. No tenía espacio para acomodar lo que todavía era mi vida, para tener conmigo a todos los que estaban cerca de mí.

Y así comenzó una mudanza con un equipaje que nunca terminaba de llenar, al margen de lo que dejaba almacenado. Era un ir y venir - entre la pérdida y el orgullo de conquistar - en un camino que unas veces sufría de sombras y jóvenes tempestades, y otras se volvía estela donde se hacía liviano mi exigente corazón. Pero aún hoy hay cosas que no encuentran su sitio, sentimientos sin decidir; aún sigo dejando trocitos del alma en esta mudanza que continúa para retomar lo que todavía queda, para soltar – temporalmemte – la piel.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Leí esta prosa y sentí lo que creo habrán sentido mis padres, inmigrantes los dos, de diferentes países y ahora mi hijo viviendo en España.
E imaginé, que quizás sea ésto mismo lo que sentiré yo si dejo mi lugar y busco otro paisaje.
Gracias por visitar mi blog, un beso Bea