domingo, 24 de febrero de 2008

El reencuentro



He vuelto a ella. La distancia y tiempo nos separan, pero hoy la he visto de nuevo tan bella como siempre. Se presenta ante mí envuelta en la fragancia de los jazmínes y el aire salitre del mar. Iluminada y bulliciosa mantiene la alegría de vivir que siempre me embelesó. Nuestras vidas, sin embargo, no siguen el camino paralelo de antaño, es más, ahora andan en sentido contrario, agrandándose el espacio entre las dos y, ¡circunstancias de la vida!, se le ve más jóven, moderna, mostrando su carácter abierto y acogedor que le hace conocida. Mientras, para mí, la vida sigue el paso rutinario de las estaciones, sin retorno posible, desgranando el calendario de los años.

El primer saludo, la primera mirada, es excitante y saturada del amor acumulado en la ausencia, que en este largo tiempo no ha podido ser manifestado. Es un encuentro con los sentidos, en un despliegue de sensaciones adormecidas que florecen nuevamente. En breve crece esa magia, siempre latente, que existe entre amigos muy queridos a pesar de los años. No necesito mucho para adaptarme de nuevo a su ritmo, a su manera de vivir, volviendo a hacer mío su ambiente. La ausencia me ha hecho llegar hasta ella con un ahorro de energía que ahora llevo conmigo, con la intención de derrochar a borbotones.

A partir de este momento empieza un peregrinar por todos los rincones, buscando esas circunstancias que marcaron fases importantes en mi vida, y que nos unen para siempre hasta descubrir nuevos sentimientos y fantasias. Son como peldaños que ascienden hasta el lugar en el tiempo en el que ahora me encuentro. De esta manera, dejándome envolver en la vorágine de este reencuentro, van pasando los días en un ir y venir, recorriendo caminos que conocen las huellas de mis pasos, visitando lugares que saben de mi presencia, encontrándome con aquellos que desde siempre me conocen, todo esto bajo la mirada azul de ese amigo a cuyo lado descansa mi tierra.

Pero el tiempo, incansable y, a veces, cruel compañero que no entiende de sentimientos ni deseos, tiene un andar rápido y me obliga a acelerar mis pasos en este recorrido por los recuerdos, conduciéndome, como en un soplo, al final del camino sin otra opción que una despedida.

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